Esperanza Villafuerte: un camino hacia el reconocimiento de las personas con discapacidad
1 de enero de 2022
Pasaron 200 años desde que nos independizamos de la colonia. Desde aquella proclamación se habló de igualdad para todos los ciudadanos; sin embargo, las comunidades históricamente excluidas continúan pugnando porque se respete su independencia y autonomía.
Esperanza Villafuerte, activista por los derechos de las personas con discapacidad por más de 20 años, nos muestra, a través de su testimonio, el camino que han tenido que recorrer los activistas de su comunidad para alcanzar reconocimiento en las últimas décadas.
Esperanza tenía 15 años cuando asistió a su primera marcha por los derechos de las personas con discapacidad. Era 16 de octubre de 1980 y su participación se dio casi por casualidad. A las 10 de la mañana, su padre, Federico, la sacó del colegio para que lo acompañe a aquella movilización.
El señor Federico era un ex militar. Esperanza lo describe como un hombre estricto que nunca tuvo reparos en exigirle a su hija ciega lo mismo que a sus otras hijas.
Para él, que Esperanza pierda un día de clases hubiese sido problemático, pero días antes les había prometido a sus tres amigos ciegos que él- junto con Esperanza y su cuñado, Julio- los acompañarían a una manifestación frente al Congreso para exigir que se reglamente el artículo 19 de la Constitución de 1979, que reconocía ciertos derechos a las personas con discapacidad o “personas incapacitadas”, como eran llamadas en ese tiempo.
Para Federico era importante ayudar a sus amigos, ya que los veía como referentes para Esperanza.
- Mis padres les tenían mucho aprecio, ellos venían a mi casa a comer, y conversábamos. Todos eran profesionales, quizá por eso mi padre los veía como un modelo para mí.
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A la manifestación asistieron más de cien personas con discapacidad, un número significativo considerando lo poco visibles que eran en esos años. Se hicieron presentes grupos de personas con discapacidades diversas: filas de personas ciegas, en sillas de ruedas, con muletas, personas con síndrome Down y discapacidad psicosocial, entre otras.
- Era muy gracioso porque la gente que pasaba y nos veía decía ‘¡ay! ¡qué desgraciados! ¿qué hospital habrán cerrado, ¡pobrecitos, devuélvanlos a sus centros!’, porque no estaban acostumbrados a ver ni siquiera a una sola persona con discapacidad en la calle.
Federico y Julio se dedicaron a aclararle a todo aquel que pasaba que las personas con discapacidad reunidas no habían salido de ningún hospital, sino que estaban allí exigiendo sus derechos. Mientras tanto, Esperanza trataba de apoyar con alguna que otra intervención recién aprendida en plena concentración.
- Mi papá no fue a la marcha teniendo la consigna de que yo necesitaba pelear por mis derechos; simplemente fue para ayudar a sus amigos. Sabía que iba a ser incómodo, pero no se le ocurrió que lo iba a interpelar tanto.
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Esperanza recuerda que la convicción de los activistas por defender sus derechos fue creciendo de manera progresiva. El primer logro que consiguieron con la protesta fue que todos los 16 de octubre se celebre el Día Nacional de las Personas con Discapacidad, aunque, en ese tiempo se le llamó “Día del Minusválido”.
Los derechos ganados iban dándose a través de pequeños decretos supremos. A los activistas con discapacidad no se les ocurría que podrían tener una ley que los respalde. Para ellos habría sido una exigencia demasiado atrevida. Ni a la propia Esperanza se le habría pasado por la cabeza. Nadie consideraba que las personas con discapacidad merecían ser tratadas como iguales.
- Una vez fui a hacer un trámite con cita a la SUNAT y los vigilantes me sacaron como si yo me estuviera metiendo a un sitio indebido. Después se disculparon, pero prácticamente me arrastraron y me botaron. No había nadie a quien denunciar. Ahora me quejo de que no me quieren dar una tarjeta de crédito, pero antes hubiese sido ridículo, ¿quién le iba a dar una tarjeta de crédito a un ciego? ¡por favor!
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Esperanza creció en un hogar en el que su padre se encargó de impartir lo que él consideraba igualdad, el mismo rigor para todas sus hijas sin distinción. Por ello, le enseñó a firmar con lapicero y a montar bicicleta aun siendo una persona ciega.
Pero fuera de casa, no todo el mundo trataba a Esperanza como igual. Ella recién se percató de ello en la universidad, cuando le negaron un préstamo de honor argumentando que ella no iba a poder trabajar para pagarlo.
- Tengo una compañera a la que le dieron el crédito y su papá estaba en la cárcel, entonces era yo el problema. Desde ahí comienzo a entender que así yo quiera y me esfuerce, no soy igual, y me empiezo a preguntar por qué, por qué me botan de diferentes lugares, eso no estaba bien. Y mi idea de igualdad se va moldeando, en esos años no pensaba en la igualdad como ahora, en valorar la diversidad, solo creía que, si iba vestida de manera “correcta” a algún lugar, deberían dejarme entrar.
Tras el reconocimiento de su diferencia, Esperanza empieza a juntarse con los amigos de su papá, los mismos con los que fue a su primera protesta. Su activismo comienza a hacerse más notorio en círculos en los que la presencia de mujeres con discapacidad era poco común.
- Incluso el feminismo era muy poco incluyente. En algún momento, nos llegaron a decir a las mujeres con discapacidad que solo debíamos preocuparnos por las personas con discapacidad y nada más.
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Tuvieron que pasar 19 años tras la movilización en la que participó Esperanza para que se aprobara la primera ley de discapacidad, Ley 27050. La norma estableció un régimen legal de protección para la población con discapacidad con énfasis en la prevención y rehabilitación, más que en garantizar el derecho a la igualdad.
Luego de 13 años, en el 2012, se aprueba una nueva Ley General, ley 29973. Este instrumento legal es el que resguarda los derechos de la comunidad con discapacidad hasta hoy. La norma establece que son las barreras las que impiden la participación plena de las personas con discapacidad en la sociedad, por ello, es necesario eliminar esos obstáculos. Se instauran por primera vez el derecho a una vida independiente de las personas con discapacidad, el principio de accesibilidad, el derecho a una educación inclusiva, entre otros.
Esperanza cree que, aunque todas estas leyes han demorado años en establecerse, lo cierto es que se ha ido avanzando. Para ella, este año, en el que Perú cumple 200 años de vida republicana, es importante reconocerlo. Sin embargo, sabe que los derechos no se han alcanzado para todos y que aún hay mucho por construir.
- El bicentenario, más que una celebración, me hace pensar cuánto ha dejado de pesar la caja de reclamos para las personas con discapacidad. Ahí no sé qué decir porque es muy difícil ser la voz de todos, no es honesto. Hay bastantes brechas, de género, tecnológicas, de oportunidades, de acceso a servicios básicos, etc.
Esperanza es consciente de que hacer activismo es un privilegio, ya que hay personas con discapacidad para las que es difícil siquiera salir de su casa debido a la falta de oportunidades, pero recuerda que es necesario seguir abriendo camino para que las personas con discapacidad alcancen mayor inclusión.
Que el bicentenario nos permita reconocer los primeros pasos que se han avanzado en favor de las personas con discapacidad y reafirmarnos en la idea de seguir caminando hacia el reconocimiento de derechos para todos y todas.